BIEN DE FAMILIA

 

(OBRA DE TEATRO)

 

“Media Roma es de la Iglesia católica”

 

BIEN DE FAMILIA / PERSONAJES

 

  1. Amparo, viuda de 70 a 75 años
  2. Cristiana, enfermera, soltera, 30 años
  3. Padre Daniel, sacerdote, 40 años
  4. Luciano, sobrino de Amparo, 25 años

 

 

Dormitorio de paredes blancas con detalles suntuosos en el decorado. Cama con dosel, mesitas de luz de estilo, un tocador con espejos, una mesa donde se acumulan medicamentos, perfumes y libros. Veladores con caireles. Dos butacones o sillas tapizadas. Un florero con rosas un poco ajadas. Flota una suave música funcional como de sanatorio. Amparo está en la cama, leyendo y tose a cada tanto. Tiene el cabello recogido y viste ropa de cama. Hace sonar una campanilla y acude Cristiana que viste de oscuro, solo la cofia blanca delata que es enfermera. Todo en ella es pulcritud y corrección, también lleva el cabello sujeto y el cuello cerrado.

 

Amparo:        Me duele. Mucho. Quiero fumar

Cristiana:      Usted sabe, señora, que el médico le ha prohibido…

Amparo:        (Cortándola) ¡Qué puede saber ese pelotudo de lo que me duele!

Cristiana:      Es por su bien

Amparo:        ¿Qué bien? ¿Alargar este cáncer que me devora es el bien?

Cristiana:      Dios da, Dios quita, señora.

Amparo:        A mí nadie me quita nada, ni los bienes ni los males.

Cristiana:      Sólo Él sabe el momento exacto.

Amparo:        Quiero fumar

Cristiana:      También entiendo mi deber

Amparo:        Deje de decir boludeces, qué deber ni qué ocho cuartos. Alcánceme un cigarrillo. Solamente uno.

Cristiana:      (No se  mueve) No hay, señora

Amparo:        Hay un paquete en la cocina, sobre la alacena, vaya, busque

Cristiana:      No, señora

Amparo:        Ya está, perdí la maldita jugada, el cáncer empezó en el pulmón y llegó al cerebro, a los huesos, al hígado. ¿De qué me va a salvar dejar de fumar, mujer? Ya es tarde para todo. Hasta la salvación tiene plazos….

Cristiana:      Mejor le leo un pasaje del Evangelio, ¿sí? El padre Daniel dice que es lo mejor contra las tentaciones.

Amparo:        Odio al mundo. No es más que una porquería donde todos se revuelcan para quitarse dinero.

Cristiana:      ¿Alguien le quitó algo?

Amparo:        Todos. Desde que quedé viuda mis sobrinos empezaron a rondar como buitres. Tía esto, tía lo otro. No pasaba día en que no me llamaran para contarme estupideces. Claro, mi cuñada los empujaba. Esa mujerzuela detecta el dinero por el olor, lo habrá aprendido en el cabaret donde alternaba. De ahí la sacó mi cuñado para casarse con ella, ese Fernando siempre fue un bueno para nada. No se parecía en nada al hermano. Mi marido era un hombre pujante, trabajador, incansable. Hizo todo de nada. En cambio Fernando…pobre infeliz. La putona esa le hacía gastar lo que no tenía, siempre andaba pidiéndole dinero a mi marido.

Cristiana:      ¿Leemos la palabra de Dios?

Amparo:        No, deje a Dios en paz. No le hice ningún mal y me mandó un cáncer, mejor dejémoslo tranquilo, a ver si se acuerda de nosotras y nos manda otra calamidad. Ya sé: Él sabe lo que hace, hasta cuando hace un mal. Nuestro deber es disculpar a Dios de todos sus pecados…somos más indulgentes que Él.

Cristiana:      ¡Por Dios, señora! Esas cosas no se dicen

Amparo:        A mí me las hace… ¿y yo no puedo decirlo? No. Basta, ya le dije, dejemos a Dios en su lugar.

Cristiana:      El padre Daniel me encomendó…

Amparo:        ¿Qué?

Cristiana:      Que la cuidara con devoción

 

(...)

 

LA NOVIA DEL CIELO

 

 

Una obra sobre la Guerra Civil Española, y sobre las derechas que imponen sus derechos a fuerza de fusiles.

 

Personajes

 

Felisa (de unos 40 años)

Asunta (la hermana, un poco mayor)

Stephen (soldado inglés malherido)

Anna (hija del alcalde del pueblo)

 

(Mi agradecimiento a Jorge Graciosi quien siguió de cerca esta escritura, me hizo señalamientos, indicaciones y sugerencias siempre valiosas)

 

La acción, en un pueblo español perdido entre montañas en 1938/9

 

 

Hay una mesa y cuatro sillas rústicas pero sólidas. Hay plantas y en lo alto se ven ramas desnudas, como si fuese invierno y los árboles estuviesen desfoliados. Hay un viejo maniquí de pie, de esos que usaban los sastres. Una luz tenue pero rojiza, como de atardecer, tiñe toda la escena. Hay dos mujeres de 40-50 años ajadas, como si la vida se hubiese empeñado en dejarlas de lado a merced de los años, una ya es canosa y lleva el  cabello  sujeto atrás en un rodete. La otra tiene una especie de mantilla que le cubre la cabeza. Visten de oscuro y con las faldas muy por debajo de las rodillas, con un saco liviano. Felisa, la menor, es más activa, se mueve entre la mesa muy larga puesta en diagonal a la boca de escena y el maniquí, probando el corpiño de un vestido mientras Asunta hilvana junto a la mesa. Se escuchan lejanos sonidos de niños cantando rondas e interrumpidos por estruendos. Luego un acordeón con un ritmo picado, como de música fuera de lugar, un pasodoble o algo similar.

 

Felisa:          Otro más… y van…

Asunta:      No vale la pena

Felisa:        ¿Qué?

Asunta:      Ponerse a contar bombas… hasta que termine la guerra…

Felisa:        Quiero que termine de una vez

Asunta:      Sí, pero hay ideas que defender…

Felisa:        ¿Qué razones puede haber para que la gente se mate?

Asunta:      La derecha contra la izquierda, como las dos manos

Felisa:        No entiendo

Asunta:      (Se escucha un gran estruendo) Ahí tienes el resultado…

Felisa:        Cada país debería…qué digo, me olvido de lo peor

Asunta:      Y, sí, una, acá se olvida de todo…pero allá afuera, no.

Felisa:        Afuera está la guerra tragándose a la gente

Asunta:      Intereses: dinero, todo se sacrifica a ese dios…

Felisa:        …Dos costureras perdidas en un pueblo… ¿qué podrían saber de esas cosas? ¿Más que los generales? ¿Más que los gobiernos? ¿Y si nos fuéramos a vivir a la ciudad?

Asunta:      ¿En medio de una guerra? ¡Hay que estar muy loca para hablar de mudanzas en medio del batifondo!

Felisa:        Cuando termine… Matías me dijo que él se queda

Asunta:      Ja, cuando termine… (tirando de la hebra) ¡Lo que se terminó es el hilo!

Felisa:        ¡Tenemos esos ahorritos! Podríamos… (entusiasmada)

Asunta:      La guerra se llevó muchas monedas, queda poco…

Felisa:        ¿Y si juntáramos más?

Asunta:      ¿En medio de una guerra? ¿Vais a abrir un atelier de alta costura?

Felisa:        Quién dice… Matías dice que no puede durar

Asunta:      Soñar es barato pero al despertar hay que pagar las deudas: ¡los sueños son carísimos!

Felisa:        Un solo vestido de lujo para una boda que se nos encargara y ya tendríamos lo necesario para el viaje

Asunta:      ¿Lujos ahora, quién lo va a pedir? ¿Un general, acaso? No querida, los generales ya están casados

Felisa:        Hay gente que se favorece con la guerra

Asunta:      Sí, los que fabrican armas. Y también hay gente que muere… ¿sabías?

Felisa:        Eso dice Matías. ¡Pues no hay mal que dure cien años!

Asunta:      Sí que hay males que duran más

Felisa:        ¿Qué, por ejemplo?

Asunta:      La religión…ya lleva miles de año encima y siguen con sus bendiciones y sus misas…. Como decía papá: puf, ¡humo de nada!

Felisa:        ¿De verdad no crees en nada?

Asunta:      No

Felisa:        Yo sí creo en un Dios… Porque sino, ¿qué hay después?

Asunta:      ¿Después de qué?

Felisa:        De la vida…

Asunta:      Nada… igual que antes…

Felisa:        ¿Antes de qué?

Asunta:      ¿Acaso hay algo antes de nacer? No. Tampoco hay nada después de morir. No sé por qué no podéis entender algo tan simple. La vida es lo único que tenemos por ahora. Por eso odio la guerra. Toda esa destrucción inútil…esa gente que muere sin haber vivido…y todo ¡por la patria!

Felisa:        ¿Tampoco crees en la patria?

Asunta:      No, si patria es una palabra que sirve para mandar a muchachos a morir en una guerra, no creo en eso. No creo en nada que sirva de pretexto para hacer sufrir a la gente. Teníamos un padre anarquista, ¿o ya se os olvidó?

Felisa:        Nunca entendí bien lo que nos enseñaba

Asunta:      Yo, sí. Simple, o estáis con la derecha y entonces dejamos todo en su sitio que gobiernen los más fuertes y manden a matar como perros a las gentes; o estáis con la izquierda que defiende a quienes tenemos menos.

Felisa:        ¿Y él, con quién estaba?

Asunta:      Con nadie, por eso lo mandaron a encarcelar. Él pensaba que todo esto del gobierno y la policía era un desatino. Soñaba con la igualdad de todo el mundo. Soñaba…

(Llaman a la puerta,  Felisa atiende y entra Anna. Porte distinguido, muy fina, trae guantes que se va quitando lentamente mientras saluda a las hermanas y cierra su parasol de encajes. Se mueve con mucha soltura y elegancia)

Asunta:      Señorita Anna, ¿cómo está? Tanto tiempo

Anna:         ¿Verdad? No nos vemos desde… el funeral de mi tía, creo. Una en estos sitios se encuentra en bodas y sepelios. No hay nada que hacer, pero se nos pasa el día en esa nada…

Felisa:        Si lo sabremos…

 

El nombre del padre

(Teatro)

 

 

Personajes:

 

  • Doctor Stokermann, psicoanalista
  • Guillermo Urquiza, paciente
  • Juan Carlos Urquiza, hermano de Guillermo
  • Francisco Urquiza, hijo de Guillermo

*(Agradezco a mi colega psiquiatra y psicoanalista lacaniano Enrique Acuña el asesoramiento brindado por algunas cuestiones vinculadas a señalamientos, transferencias y contratransferencias que eran necesarias en la estructura de la obra)

 

 

ACTO UNO

 

Aspecto de sala prolija, de consultorio, con paredes claras, tres cuadros originales, un retrato de Freud como presidiendo el escritorio del psicoanalista, que estará sentado en un sillón recto. El paciente, sentado enfrente, tendrá uno de esos sillones que se recuestan y pueden girar de dirección con un movimiento. El analista (Dr. Stokermann)  tendrá aspecto bien atildado, es un hombre de unos 40 a 50 años, con gestos precisos, secos, austeros como de alguien que mide cada movimiento porque, tal vez, teme delatarse.

El paciente (Guillermo Urquiza) tiene el tipo de un hombre bastante práctico, sus ágiles y continuos movimientos contrastan con la quietud casi hierática del analista. Viste con ropa de marca pero informal, tiene la camisa desabrochada en los tres primeros botones. Pantalones de marca, cuenta-ganados, pañuelo al cuello, gorra como de ruralista entrerriano.

 

 

Guille:             Me gusta sentirme seguro en el mando, doctor

Dr:                   ¿Sabe por qué?

Guille:             Una empresa funciona solo si la cabeza piensa y el resto del cuerpo obedece, yo debo ser como Dios: tengo la obligación de pensar. Continuamente.

Dr:                   Puede pensar…estamos aquí para eso

Guille:             ¿Aquí? Aquí no hay garantías… ¿Dijo que estaba enojado con usted y por eso me las agarré con ese vecino del campo? ¿Eso me dijo la última sesión?

Dr:                   En base a lo que me contó…

Guille:             Jamás lo involucré a usted en todo este asunto.

Dr:                   Es como si le molestara…

Guille:             Es verdad, (Lo mira alejándose un poco) el vecino se le parece; (Cambia el tono) el tipo me tiene los huevos al plato, hace meses viene reclamando una nueva mensura de los campos, ahora me mandó un abogado, un tipo de esos que andan con valijitas y anteojos Ray Ban, bah, un mafioso de despachos jurídicos, esas cosas, usted me entiende

Dr:                   No del todo…

Guille:             ¡Bueno! Esos tipos que aparecen con un papel y detrás ya vienen las demandas y las citas al juzgado, ya pasé en otros momentos por eso

Dr:                   ¿Tuvo otras causas?

Guille:             Tres. No sé por qué se las agarran conmigo, a uno lo cagué a trompadas; ésta te llega más rápido que la sentencia, le dije (Se ríe, el Dr. queda serio y mira hacia otro lado como si le fastidiara eso) Tengo todo en orden, pago mis impuestos, pago a cada empleado de la empresa del 1 al 3 de cada mes. Todo funciona a la perfección, entonces, ¡que no me jodan las pelotas!

Dr:                   Eso lo alivia. ¿El resto se resuelve a trompadas, entonces?

Guille:             Yo no dije eso…usted está diciendo. Usted es el dueño de las palabras acá. ¿Sabe qué?: me hace sentir incómodo muchas veces, siento que tengo que pesar cada palabra que le digo.

Dr:                   Y tal vez debería pensar en las que no dice también…

Guille:             No soy dueño de nada. Me defiendo de esos caranchos que me quieren arrancar el campo que heredé de mi padre y usted me dice que todo lo resuelvo a trompadas. Eran tres, le recuerdo, a uno solo  le pegué. Pero usted no quiere saber por qué. Piensa que soy un tarado que anda repartiendo piñas a diestra y siniestra por cualquier motivo.

Dr:                   Adelante, parece que quiere justificarse, dígame por qué pegó a ese señor

Guille:             ¡Señor!, ja. Señor era el padre de ese malandra, éste es…

Dr:                   ¿Qué es?

Guille:             El tipo vino un sábado al entrar el sol. Esa hora no me gusta. Desde chico me siento mal al atardecer. Y justo cae el fulano con una demanda. Un papel que me hizo flamear delante de los ojos como si yo fuese ciego. “Solamente falta la firma del juez para expropiarte ese recodo donde está el tajamar que vengo reclamando hace seis años”, me dijo con risotadas.

Dr:                   ¿Tenían algún pleito judicial?

Guille:             Sí, me venía reclamando una parte del campo. Mi abogado ya me había dicho que esa causa era todo un tejemaneje… esas cosas raras que hacen en los juzgados… ponen excusas, que falta una firma, que ese papel no es el original, esas artimañas para dejar pasar el tiempo y la causa muera ahí porque vencieron todos los plazos. Alguien le habrá engañado al gringo bruto y le hizo creer que tenía la vaca atada. ¡Pelotudo! Venir a fregarme un papel en la jeta delante de mis hijos. Ahí le calcé la piña y lo mandé a la reputa, ¿me entiende ahora?

Dr:                   No

Guille:             (Desconcertado) ¿Qué parte no entiende? ¿Cree que voy a dejarme humillar frente a mis hijos varones? ¿Que crean que soy un cagón?

Dr:                   No entiendo por qué, sabiendo que era el ganador, ataca como si fuese el vencido

Guille:             Mire, nunca supe muy bien cómo es eso del premio al vencedor; pero el tipo me vino a atropellar en mi propia casa, frente a mi familia. En el campo eso no se admite, doctor. ¡Es una afrenta! (Alza la voz)

Dr:                   (Muy calmo) No estamos en el campo…

Guille:             Sí, disculpe, de repente se me vino a la mente ese tipo.

Dr:                   ¿A raíz de qué?

Guille:             Él tampoco me entendía, como usted. Parece que soy un bicho raro. Mi hermano me discute todo, mi esposa… no sé, siento que me detesta en el fondo, mis hijos hacen su vida… y mi padre…

Dr:                   ¿Qué pasa con su padre?

Guille:             Papá no me entendía…era un gran tipo, un poco flojón, pero buen tipo. Tampoco se hablaba con el hermano y todo por el nombre del padre.

Dr:                   ¿Eso le afectaba?

Guille:             ¿A él? Pero claro que lo afectaba. Trataba de disimular…

Dr:                   A usted… ¿lo afectaba de alguna forma?

Guille:             En mi familia hay cuentas pendientes, doctor. Viejas cuentas que son como los intereses del banco. Cuanto más tiempo pasa, pesan más y más. Es una carga de la que no nos podemos librar.

Dr:                   ¿Por qué mencionó bancos?

Guille:             No sé, era una forma de comparar, pero también mi hermano… (Se detiene)

Dr:                   ¿Qué pasa con su hermano?

Guille:             El problema con mi hermano empezó con el banco. Habíamos vendido una propiedad y depositamos toda la guita en el banco. Dos años después fuimos a retirarla para hacer una inversión. Cero intereses. El tipo iba rescatando todos los meses los intereses sin avisarme, ¡dos años viviendo de mis ganancias! Desde chico fue ventajista y canalla, pareciera que la gente solo cambia para empeorar con los años.

Dr:                   Qué pasaba cuando eran chicos, ¿me puede aclarar más eso?

Guille:             Jugábamos a correr para alcanzar metas, la meta era un rebenque de papá…

Dr:                   ¿Rebenque? ¿Es una especie de fusta, no?

Guille:             Sí, doctor, a veces me olvido que en esto del campo yo soy el que más sabe, bueno, en algo merezco alguna ventaja. (Se ríe)

Dr:                   Parece que le molesta no tener todos los controles

Guille:             Igual que usted… los psicoanalistas se pusieron en el lugar de Dios: todopoderosos en medio de su silencio, doctor. Se creen invulnerables porque están callados y no se comprometen hablando, ¡como Dios!

Dr:                   ¿De verdad piensa eso?

Guille:             Pienso mucho más de lo que usted calcula. Pienso y leo, dos cosas que no se ven de afuera. Mi hermano…no, ¿para qué?...

Dr:                   ¿Su hermano qué? Recuerde que no había que filtrar ningún pensamiento, ése era el pacto

Guille:             Pacto, ¿vió?, ya habla como Moisés en el Sinaí. Otra torá. Mi hermano siempre hacía trampas, miserables trampas para quedarse con el premio: la fusta de papá, que era una reliquia de familia con el mango de plata.

Dr:                   ¿Conservan reliquias?

Guille:             Muchas, bueno, yo colecciono cosas pero estas reliquias que tienen valor histórico las valoro mucho. El pasado está ahí. Dicen que había pertenecido a Urquiza. A Justo José de Urquiza, supongo que le suena…

Dr:                   Sí, el vencedor de Caseros, el que fue presidente…