EL REY PRÓFUGO DE PORTUGAL, 1808.

EL REY PRÓFUGO DE PORTUGAL, 1808

NOVELA

FICCIÓN HISTÓRICA

 

Autor: Alejandro Bovino Maciel

 

Noviembre de 1807.

Las tropas napoleónicas invadieron primero España y luego se dirigieron a Portugal. La Reina de Portugal María I y el Regente Juan VI deciden embarcar a la Familia Real, príncipes, ministros, instituciones a bordo de una flota británica que los conducen a la colonia de Brasil, huyendo de la invasión napoleónica.

40 barcos ofician la migración transoceánica. Con ellos viajan la Biblioteca Real y el Real Archivo de los documentos de la historia portuguesa. 

En medio de la travesía, la Reina enloquece, el Regente asume el gobierno mientras intenta expurgar la historia de Portugal de todos los documentos que delatan las fechorías de los antepasados. Un monje anatolio ciego lo secunda. Los académicos discuten en la bodega de la nave real qué puesto ocupa la Historia entre las ciencias. Una de las damas de la Reina muere súbitamente. El doctor Vitalio de Siena hace la autopsia en la bodega y descubre que la muchacha estaba embarazada de una niña que también tiene un feto en la matriz, y ese feto tiene otro embrión en una sucesión de muñecas rusas que invita a pensar en el infinito como el mar que los cerca. Una sibila profetiza en la nave maestra usando una inmensa pitón. 

Se discute sobre los iluministas que libelos clandestinos difunden de nave a nave. Voltaire, Rousseau, Diderot, Adam Smith, David Ricardo siembran nuevas ideas en la Corte. El constante humor y la ironía llevan de la mano al lector para intentar comprender las complejidades de esta historia. En una de las fragatas cunde una epidemia de ninfomanía entre las cortesanas. Se pide a la superiora de las monjas oblatas que reprima la peste sexual. Pescan una sirena en ultramar, el anatomista y el rey Juan acuden a ver el prodigio. Hallan una isla que no figura en ninguna cartografía en medio del océano, donde vive un ermitaño que duerme en una cueva con un león y medita sobre el poder. Un escritor argentino persigue al rey Juan desde una mazmorra. Se hacen los preparativos para el estreno de una ópera escrita por Marcos Portugal. Una tempestad azota la flota y caen al mar varias damas de la Reina. Dos siamesas profetizan el futuro de Brasil.

Un viaje lleno de portentos en altamar, que discute el sitio de la fe entre racionalistas e iluministas, todo el fervor del siglo XVIII y sus disputas sobre el poder de la historia y la historia del poder, con la familia real portuguesa huyendo de la invasión napoleónica a Lisboa, en 1808 con diversión y terror. 

Así nació, en 1808 el Reino de Brasil, la primera metrópolis sudamericana.

 

ALEJANDRO BOVINO MACIEL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando la historia compite con la ficción
(sobre El rey prófugo de Portugal, de Alejandro Bovino Maciel)

Por: Luis Benítez miércoles 10 de mayo de 2023
Publicado en la Revista Letralia, Tierra de Letras, número  393, mayo 2023.
 

 

 
 

El rey prófugo de Portugal, de Alejandro Bovino Maciel (Ediciones Librería de la Paz, 2022). Disponible en la web de la editorial

El rey prófugo de Portugal
Alejandro Bovino Maciel
Novela
Ediciones Librería de la Paz
Resistencia (Argentina), 2022
ISBN: 978-987-8964-53-9
370 páginas

Juan María José Francisco Javier de Paula Luis Antonio Domingo Rafael, de la casa de Braganza (1767-1826), recordado por la historia y por esta novela del autor argentino Alejandro Bovino Maciel como João VI, monarca del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, apodado El Clemente, sin duda no fue una de las figuras mayores del absolutismo todavía posible en su época.

 

Motejado de indolente, falto de toda capacidad política, carente del menor poder de decisión y autoridad en momentos en que su enorme reino, Europa y América vivieron uno de los períodos más convulsionados de aquel entonces. Juicio injusto para unos, apenas aproximadamente descriptivo para otros, se ciñó tan problemática corona por accidente tras la inesperada muerte por viruela de su hermano mayor, el infante José de Braganza, a los veintisiete años de edad (1788), y luego de que su madre, María I de Portugal, fuera declarada incapaz de ejercer la regencia tras sufrir un ataque de locura irreversible a la salida de un teatro, en 1792.

Primero consagrado regente contra su genuina voluntad en reemplazo de la demente y luego coronado rey en 1816, fue ridiculizado abundantemente en su tiempo y aún después. Más aficionado a la buena mesa, la religiosidad, la música sacra y el arte que a los intrincados vericuetos de la diplomacia, el ejercicio de la fuerza y aún de cualquier forma de actividad física, se lo describe como cíclicamente depresivo y de carácter retraído… todo lo opuesto a las dotes personales que su reino, sus súbditos, la ambiciosa alta aristocracia que lo rodeaba y, desde luego, sus numerosos adversarios políticos, esperaban de él. El bueno de João, un genuino rey por inconveniencia, para colmo de males se vio obligado a enfrentar como pudo —y no pudo— los tembladerales que provocó la Revolución francesa en las bases mismas de las monarquías del Viejo Mundo, el ascenso al poder del tremebundo emperador Napoleón Bonaparte, dispuesto a conquistar todo el planeta, las alianzas y contraalianzas que éste originó entre las potencias mundiales del momento —donde Portugal pareció y padeció encontrarse unas veces de un lado y luego del otro— más las convulsiones internas que sacudieron su propio reino, amén de tener que administrar sus inmensas posesiones americanas…

Finalmente la poderosa Inglaterra decidió por el irresoluto monarca portugués y una fuerza invasora de siete mil efectivos británicos “escoltó” a la familia real en 1807 hacia el lejano Brasil, supuestamente para protegerla de cualquier peligro…

 

Esta “fuga obligada” del irresoluto monarca portugués es la médula misma del extenso relato magistralmente documentado y escrito por Bovino Maciel.

 

Bien resume el sentido genuino de este episodio el autor argentino en su novela El rey prófugo de Portugal: “Una escuadra de quince barcos fletados de Lisboa en noviembre de 1807 trasplanta el gobierno lusitano llevándose el poder, que siempre es un símbolo, a las tierras del Brasil que pasan de ser colonias a ser la primera metrópoli sudamericana. El príncipe regente desembarca el 22 de enero de 1808 en Bahía de Todos los Santos y se instala en Río de Janeiro poco después”. Las itálicas son mías.

Esta “fuga obligada” del irresoluto monarca portugués es la médula misma del extenso relato magistralmente documentado y escrito por Bovino Maciel, ducho veterano en el subgénero de la ficción histórica, como lo acredita su extensa trayectoria autoral, antes y después de disfrutar y compartir la amistad y el trabajo conjunto con uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, el paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005). El argentino sabe muy bien cómo explotar las regiones ciegas del relato histórico, siempre incompleto, fragmentario y sujeto a las interpretaciones subjetivas y contradictorias de la historiografía oficial, así como al derrumbe estrepitoso de las teorías previamente aceptadas como canónicas en la materia, apenas surge a la luz otra documentación que las desmiente en todo o en parte. Esos intersticios que no pueden iluminar los eruditos son el campo más fértil para la siembra y posterior cosecha de la ficción, la forma más sublime y perfeccionada de la mentira, pero asimismo el terreno en que las estatuas, los monumentos y los vestigios de lo que alguna vez fue el presente y hoy el pasado, cobran vida, encarnan, respiran, sienten, dudan, se angustian y se entregan a lo efímero de la esperanza, es decir, recuperan por la prestidigitación de la palabra la condición humana que alguna vez tuvieron en la realidad, por pretérita que ella resulte para nosotros y en nuestros días.

Desde luego, hay que ser un escritor de afiatada pluma para obrar como Pigmalión y darle carne y sangre nuevas a estos recuerdos del pasado, y el trance de hacerlo es lo que pone a prueba las virtudes demostrables o no del escritor de ficción histórica.

Alejandro Bovino Maciel sale airoso del desafío merced a su capacidad para desarrollar la diégesis de sus ambiciosos trabajos con una naturalidad y fluidez que acertadamente desdeña el máximo pecado que pueda cometer un autor entregado a estas singulares labores: la tediosa acumulación de datos que convierte al boceto de una genuina novela histórica en algo a medio camino entre la monografía universitaria —lícita en su ámbito pero no en el de la literatura— y el malogrado intento de reflejar con alguna carnadura los hechos.

 

Bovino Maciel conoce de qué manera aludir y eludir, sugiriendo en vez de copiar y pegar fragmentos historiográficos disfrazados de diálogos, conflictos y situaciones.

 

Antes bien, Bovino Maciel conoce de qué manera aludir y eludir, sugiriendo en vez de copiar y pegar fragmentos historiográficos disfrazados de diálogos, conflictos y situaciones. Sabe de qué manera, diáfana y convincente, lograr que, siempre en el plano de lo verosímil, la narración contemple lo que no toma en cuenta nunca la realidad, ni la pasada ni la presente ni la futura: es decir, el suspenso, la intriga, las adecuadas elipsis que no ahorran las tediosas pausas de la acción que nos impone el tiempo real, tan diferente del tempo narrativo.

Así, su crónica de las desventuras y penurias sufridas por el rey portugués que no quería serlo y fue llevado por los caprichos y antojos de la realidad a convertirse en la cabeza visible de un imperio biterritorial, logra que participemos activamente de situaciones dramáticas, en ocasiones humorísticas, desesperadas y desesperantes, siempre vitales, invariablemente salvadas por la pericia del escritor de la saña con las que las ha tratado el viejo dios Cronos, que siente un apetito insaciable por todos sus hijos.

En suma: el goce de la lectura de una novela histórica bien temperada, puesto al alcance del probable lector gracias a la profesionalidad, la imaginación y el talento de este escritor americano que bien conoce y mejor escribe acerca de episodios propios del Viejo Mundo, cuando no era tan viejo pero ya un cosmos de intrigas, equívocos y conflictos tan determinantes como aquellos que lo sacuden en el presente.

 

El autor

El poeta, ensayista, dramaturgo y narrador argentino Alejandro Bovino Maciel nació en la provincia de Corrientes en 1956. Entre otros, ha publicado los siguientes títulos: La salvación, después de Noé (cuentos y ensayos, Editorial Ocruxaves, Buenos Aires, 1989); Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco (relatos, en coautoría con Augusto Roa Bastos, Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000; Editorial Record, Brasil, Río de Janeiro, 2001); El trueno entre las páginas (conversaciones con Augusto Roa Bastos, Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2002); Polisapo (narración en coautoría con Roa Bastos, Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay, 2002; Editorial Libresa, Ecuador, 2005; Editorial Laberinto, España, 2006); La Bruja de oro (nouvelle infanto-juvenil, Servilibro, Paraguay, 2004); Prostibularias-1 (en coautoría con otros autores paraguayos y argentinos, Editorial Servilibro, Paraguay, 2002); Diários de um rei exiliado (Editorial Landmark, Sao Paulo, Brasil, 2005); El señor es contigo (en coautoría con Gloria Rubin, investigación sobre feminicidio en Paraguay, Servilibro, Paraguay, 2005); 20 poemas de humor y una canción disparatada (en coautoría con Pepa Kostianovsky, Servilibro, Paraguay, 2005); Culpa de los muertos (novela, Editorial Rubeo, Barcelona, 2007); Cuentos en la guerra y en la paz (Servilibro, Paraguay, 2011); La faute des morts (novela, Editions La Derniére Goutte, Estrasburgo, Francia, 2014); Teatro Político-1 (Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2012); Enero. Los perros de Dios (Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay, 2013); Teatro Político-2 (Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2015), y Teatro Político-3 (Editorial Eudeba, Buenos Aires, 2016). Es director de Palabras Escritas, revista-libro, diálogo cultural entre Brasil e Hispanoamérica, Editorial Servilibro, Paraguay. Es miembro de SAL-Redal, centro de estudios de la Universidad de la Sorbona, París, Francia.

 
 
 
 
 
Escritor argentino (Buenos Aires, 1956). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Universidad de La Sorbona (París, Francia), el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008), entre otros reconocimientos. Sus más de veinte poemarios, ensayos literarios, novelas y obras teatrales han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay. Obras suyas han sido traducidas al inglés, al francés, al italiano, al alemán y al macedonio. Ha publicado, entre otros títulos, Les Imaginations (Éditions L'Harmattan, París, 2013); Short Poetic Anthology (Littoral Press, Inglaterra, 2013); Manhattan Song. Cinci Poeme Occidentale (Editura Ars Longa, Rumania, 2013); Bering och Andra Dikter (Siesta Forlaget, Suecia, 2012); La Sera dell’Elefante e Altre Poesie (Sentieri Meridiani Edizioni, Italia, 2012) y A Heron in Buenos Aires. Selected Poems (Ravenna Press, Estados Unidos, 2011).

 

Fragmento del

capítulo 3 de la

novela.

 

 

 

 

—No funcionaría, S.M. Ya fracasó con la España de los Felipes.

—¡Eso era un monasterio medieval, no un gobierno! ¡Imagínese, con toda la plata de Potosí y el México, la España compró su miseria! Sé que usted, como buen cristiano, desconfía del mercado.

—Por algo Cristo expulsó a los comerciantes a latigazos, S.M. Ningún país puede vivir del comercio únicamente, la compra/venta termina donde se terminan los productos.

—¡De acuerdo! —digo con un golpe en la amura—, por eso mencioné la producción nacional. Piense, Dn. Luís, el Brasil como el centro industrial de la América del Sud. Tenemos desde Amapá a Río Grande do Sul; desde el Acre del altiplano a la costa de Recife. Trace con esos puntos la cruz del sur en la tierra. Tiene todo allí, en el frente de la Sudamérica, la parte de delante de las siamesas, la que anticipa el futuro. Atrás, esta Esila geográfica se puede llevar como mochila a las colonias españolas; puede cargar con los llanos venezolanos, la columna vertebral de los Andes y el vientre insaciable de las pampas argentinas que se quedaron mirando el pasado, paralizadas, igual que su ‘madre patria’ que se entregó a los franceses como una ramera. Piense, Dn. Luís. Las compañías comerciales serán los nuevos ejércitos reales; ya es hora de cambiar las bayonetas por moneda contante y sonante. Allá donde los atrasados hispanistas apunten con balas, nosotros devolvemos bienestar, productos de calidad, competencia. Contra eso no hay cañón que valga. Cuando la gente elige, el ejército no se entromete. Después de todo, los militares son entrenados para obedecer, no para mandar. Los hispanoides están encerrados mirándose el ombligo como el gato cuando duerme, el comercio es la guerra del dinero, como bien decía su compinche Colbert. No comprar un solo género, ni vajillas ni tejas. Todo se hará en Brasil.

—Usted se olvida de las ventajas comparativas, S.M.

—No me venga con jeringoza econométrica, Dn. Luís. ¿Qué nueva jácara es la ‘ventaja comparativa’? Le advierto que el chismoso del conde ya se le adelantó.

—A veces —explica Dn. Luís—, cuesta más caro producir un artículo que comprarlo afuera. Supongamos —continúa, algo más entusiasmado con la discusión—, que Brasil no tenga cobre, o que cueste un alto precio extraerlo. ¿Hemos de fabricar vajilla con un cobre a precio de oro, cuando podríamos conseguirlo casi regalado de Antofagasta? Por lo que sé, no hay clima para la vid en la Amazonia, ¿hemos de pasarnos el resto de la vida sin un buen borgoña en la mesa? No, solamente habría que pensar con qué cambiarlo en las bodegas del Cuyo, majestad. Eso es ventaja comparativa.

Se acerca sigilosamente mi edecán para avisarme que el académico Alvo Gonçalves de Ledo guarda cama por ciertos diviesos rojizos que le brotaron por todo el cuerpo. 

(...)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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CAPÍTULO UNO (fragmento)

 

Yo, João María José Francisco Xavier de Paula Luís António Domingos Rafael, Regente de Portugal: escribo al porvenir tan incierto como el destino de esta travesía iniciada en medio de una ventisca.

Se inicia el viaje conmigo y a pesar de mí. Ahora que las intrigas de la Corte se cortaron solas, voy a iniciar mi propio viaje entelerido en el castillo de proa de la fragata “Príncipe Real”. Flotando por la mar océana que cruza el espacio haré mi propia expedición a través de los tiempos mientras en el predio acuático, punzante, la quilla va dejando un surco que el horizonte borra después dejándolo liso y llano. Llano y liso "como si nadie hubiese pasado".

Y ha pasado un rey.

Alea, jacta est[1].

 

He iniciado este cruce del Rubicón para separar la civilización que me llevo de la barbarie que dejo a mis espaldas, colmada de espíritus miserables que se la pasan soñando grandezas hechas con rapiñas y gatuperios. Sé que estoy haciendo la Historia porque ahora soy el eje sobre el que giran los acontecimientos. El corso Bonaparte quedó atrás, con toda esa comparsa de la canaille que lo sigue donde va. Antes que las canas, las hojas de laurel de su corona se avejentarán sobre la frente del nepótico Napo~león que colmó de parientes las cortes europeas. Un hermano acá, un tío allá, un primastro acullá, los tronos se han quedado con la buena parte del león. Cuando el embajador británico me advirtió que Napoleón Bonaparte me invadiría Portugal para repetir la triquiñuela que hizo a los Borbones en España, haciendo pelear al padre con el hijo para quedarse con la corona que puso sobre la cabeza de su hermano José Bonaparte, comprendí que debía poner a salvo a Portugal. No hay enjambre sin rey. Trasladando el gobierno a Brasil dejábamos a los invasores franceses el vacío. No podrán deponer a un rey ausente. Cualquier acción política se anula en sí misma agotada por el vacío de poder. ¿Pone un rey postizo? No lo reconocemos. ¿Depone al rey legítimo? No lo reconocemos. Todo acto político-jurídico carecería de legitimidad.  

Ya conocerá la fuerza que tiene la inercia en Portugal.

Después de la carnicería de la Revolución, en la Francia alguien tuvo que asumir el poder para acabar con las matanzas de los líderes revoltosos que se acusaban mutuamente de traición y hacían rodar sus cabezas en la maquinaria infernal que inventaron como patíbulo. Los del este contra los del oeste, los del norte contra los del sur, las matanzas no tenían fin hasta que el astuto militar tomó las riendas del Estado. No bien asumió el gobierno, se hizo coronar como emperador el insignificante pastor de Córcega, nacido en un pesebre de piedras resecas. Y empezó a necesitar un imperio, expandiendo los límites de Francia a fuerza de cañonazos y batallas. Únicamente nuestra aliada Inglaterra se le opuso con firmeza. Desesperado, porque presentía que su sueño de hacer suyo el Imperio Europeo se deshacía, el hábil militar declaró el bloqueo continental de Gran Bretaña: ningún país podría comerciar con los británicos después de firmar el acuerdo que envió a Lisboa por medio de su embajador. El viejo plan del abuelo José de trasladar el Gobierno de Portugal al Brasil se exhumó del archivo. Y aquí estamos, al frente de esa expedición para dejar a Portugal vacía de poder y llevarnos el Gobierno al nuevo paraíso del Brasil, lejos de las acechanzas del emperador nacido pastor.

 

[1]La suerte está echada” no quemando naves como Hernán,el Gran César prefirió cruzar un río sin naves: ecuestre, cimbrando los gonfalones de sus victorias gálicas, entró en la vieja tierra de sus antepasados tomando posesión del pasado con un ojo en el futuro. El tiempo, que a todos nos hace perder la razón, a él se la acrecentó. Cosas del tiempo, que se toma sus caprichos, como todos. 

(...)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fragmento del

capítulo 7 de la

novela.

 

 

La mujer apenas se contorsionó, abrió la válvula y empezó a fluir el vapor humado de la cochumbre de hierbas mágicas.

—De allá, de adonde venimos, hemos sufrido persecuciones[1] —previene ella con cautela.

—Por Dios le juro que nadie le hará daño por mi consulta —la apaciguo.

—¿A quién desea S.M. que haga venir?, —sigue la Sibila ya en trances; los grandes ojos en blanco, mirando un cielo que no se ve sino en sueños.

—Quiero que venga mi abuelo el rey José I —me sorprendo, pidiendo traer la voz de quien representó la autoridad para mí.

—¡Oeiras, el marqués de Pombal! —gime en su trípode la Pitonisa como quien invoca las fuerzas de mil súcubos.

Siempre, delante de mi abuelo, está la imagen del hombre que le sostuvo el poder durante los tiempos difíciles: el marqués de Pombal, su ministro.

Después sobreviene la calma, la Pitia parece quedar adormecida.

—Un hombre anciano se acerca —me advierte. Y después la voz se le vuelve áspera, agrietada por años de reposo en criptas porque resuena como un canto viejo entre piedras, es voz muerta, de alma en pena.

—¿Quién perturbó la paz de mi sueño? —se queja enojada la voz de abuelo José resonando como un eco en la garganta de la Pitonisa. Sé que de algún modo él está aquí.

—¿Tengo derecho a borrar la mala memoria amontonada en folios apolillados? ¿Puedo ser dueño de la historia de Portugal siendo dueño de Portugal?

Nada dice el viejo furibundo.

Algo en el aire espeso se absorbe, suspende un vacío como de tormentas sobre nuestras cabezas. Vibra el nudo de la pitón haciendo crujir la rama en la que está incrustada. 

La Sibila se retuerce, babea espumarajos con los ojos en blanco mirando hacia atrás, más atrás que ella, mucho más atrás que todos los atrases y los atrasos: atrás del tiempo. Crispa las manos sobre las rodillas y sacude la túnica en cada arremetida de los temblores que la estremecen.

—¿Qué hay en el futuro para Brasil y para mí? —pregunto.

—Yo no puedo ver el futuro, apenas diviso algunas sombras en el pasado—responde la mujer, no sé si desposeída o vuelta a sí misma por obra del miedo.

—¿Adónde empieza el pasado? —quiero saber.

—Lejos. Muy lejos —contesta con la mirada blanca, clavadas las pupilas en un esplendor de Paraíso Perdido.

El Edén de Adán.

De allí seguramente proviene la luz sulfurosa que enciende los párpados de la adivina y hace retroceder al conde-camarero asustado, pero a mí me hace avanzar, porque quiero atrapar una hebra de la verdad que está a punto de escurrírseme de nuevo.

Huye el conde-camarero dejando a su rey en las garras del misterio.

 

[1] El Cardenal Primado de Lisboa ni fue tan santo ni primo hermano más que de truculencias cuando empezaron las revueltas en París. Dado a las prácticas espagiríticas quiso aventar los rumores de su “iniciación” iniciando una furibunda persecución a la superchería en nombre de la fe, cuándo no. Convenció a Maezinha que cada antro de adivinación era una sucursal de Satanás al servicio de los masones, padres putativos de la Iluminación que oscureció los tronos europeos. No hubo bruja o tarotista que no terminara con las premoniciones en las mazmorras de Sines.

(...)

 

 

PREFACIO

JOãO VI, EL REY PRÓFUGO DE PORTUGAL

 

En los maravillosos ’90 irrumpió una horda logoclasta cuya misión consistía en disolver todos los discursos, como una forma de nominalismo al revés, buscando socavar las convenciones del lenguaje hasta dejarlo vacío de contenidos. Cayeron uno a uno los discursos políticos (fueron los tiempos del pragmatismo liberal fanático que predica que solo es verdadero lo que es útil materialmente), los discursos religiosos (todo dios es verdadero porque ninguno lo es) y no podía quedar atrás la misma Historia, que era un discurso más. Los maestres de la filosofía, la psicología y la sociología comandaban la cruzada corrosiva que arremetía contra los logos absolutos. La Historia perdió el crédito concedido en el siglo XIX cuando se la canonizó casi como la verdad probada sobre el pasado.

Los narradores, excepto aquellos o aquellas colegas que con abnegación y ahínco cultivan la novela histórica, somos cronistas infieles. La trama narrativa es, así, una combinación de azar y necesidad, de verdades unidas por medio de embustes e inventos. La imaginación teje su propia trama y es imposible destrabar después hebra a hebra ese tejido consumado en el texto.

Pero la nuestra no es una estafa.

En realidad, mentimos para decir la verdad.

Usamos de recursos torcidos para recorrer el camino más corto y burlar al lobo que acecha a los inocentes.

João VI Braganza “el Clemente” nació en Lisboa el 13 de mayo de 1767. Falleció el 10 de marzo de 1826 en Lisboa nuevamente. Era un príncipe tranquilo que no se preocupaba por el gobierno ya que la corona estaba destinada a su hermano mayor, José. Quienes lo conocieron en su niñez y adolescencia lo describieron como apático, solitario y poco comunicativo. El primogénito José falleció súbitamente en septiembre de 1788. En febrero de 1792, mortificada por las noticias que convulsionaban Europa desde la Francia revolucionaria, su madre, la reina María I enloqueció. Una junta de diecisiete médicos dictaminó que no podía seguir ejerciendo el gobierno. Tras idas y vacilaciones, João asume la regencia en 1799. La expansión imperialista de Napoleón Bonaparte necesitaba aniquilar a su enemiga jurada, que era Inglaterra. Los portugueses y británicos han sido históricamente aliados desde la Edad Media. Bloqueados los Países Bajos (Provincias Unidas, por entonces), Dinamarca, Francia y España en el continente, a Gran Bretaña únicamente le restaba Portugal para el comercio y abastecimiento desde tierra firme. Allá envía sus tropas la Francia napoleónica al mando del general Andoche Junot, para ocupar Portugal y bloquear en forma total a las Islas Británicas. El 30 de noviembre de 1807 las milicias están en las puertas de Lisboa. Meses antes, el príncipe había pactado con Gran Bretaña el traslado de la Corte y todas las instituciones de Portugal a la colonia de Brasil. Una escuadra de quince barcos fletados de Lisboa en noviembre de 1807 trasplanta el gobierno lusitano llevándose el poder, que siempre es un símbolo, a las tierras del Brasil que pasan de ser colonias a ser la primera metrópoli sudamericana. El príncipe regente desembarca el 22 de enero de 1808 en Bahía de Todos los Santos y se instala en Río de Janeiro poco después.

Esto es todo cuanto me han dicho las crónicas oficiales. Que la personalidad de João, de temple reservado, religioso y conservador, abrigaba el último absolutismo real destinado a un agónico eclipse en la alborada del siglo XIX. Que navíos británicos fueron comisionados para ayudar a la flota de Portugal al traslado de la Corte y las instituciones del gobierno a través del Atlántico.

Que las desavenencias matrimoniales con la infanta española Carlota Joaquina de Borbón llegaron a ocasionar conspiraciones y por meses, los consortes no se hablaban.

“El rey prófugo de Portugal” narra en tono ficcional ese viaje extraordinario dentro de la Historia. Nunca antes jamás un rey con la corte y las instituciones de un país viajan por el océano para instalarse en un territorio de ultramar. Sé que existen detalles del viaje, la bitácora, los partes oficiales, y otras minucias que yo ignoro absolutamente porque no hallé esos datos, pero tampoco me obstiné en su búsqueda. En el fondo (y créanme que ese “fondo” oscuro e ignorado es quien determina nuestros actos, y los psicoanalistas llaman “inconsciente”) la ignorancia es la musa que respira la inspiración poética. Sin ignorancia del caso estaríamos, como autores, constreñidos a repetir los hechos registrados históricamente, y entonces la creación del escritor se ve reducida a simples migajas que rellenan los hechos.

La ficción histórica es diferente a la novela histórica clásica. Primero, porque desconfía de la famosa “verdad histórica” de los historicistas. Prefiere hacer una especie de fenomenología del asunto, poniendo “entre paréntesis” los datos consignados en los manuales acerca del pasado. Sabemos objetivamente que lo escrito en los documentos apenas abarcan partes oficiales, pero ningún pueblo vive entre las paredes de la oficina en donde se redacta el boletín oficial. Creo que mucho más importante que registrar las minucias de la mudanza de la familia real Braganza, me pareció el debate de las ideas económicas, políticas, sociales y religiosas del siglo XVIII que aún pervivía en los inicios del siglo XIX cuando se produjo el cruce histórico del poder en medio de las aguas.

El historiador Hayden White (Epistemología de la Historia) quien fuera uno de los capellanes de la demolición de la historia como verdad del pasado debatió con el francés Roger Chartier (Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales) acerca de “Verdad y ficción en la historia”. El profesor White puso en el centro de la discusión el discurso del que se vale la Historia para hacernos conocer el pasado. No hallando grandes diferencias de recursos lingüísticos entre el discurso histórico y el literario, el énfasis de White (Metahistoria) lo llevó a postular que el arte embargaba el relato del pasado. Si colocamos a la Historia como disciplina en el límite entre el arte y la ciencia, White fue desnudando los artificios del discurso historicista cuya verdad y objetividad naufragan en un mar de subjetividades que inhieren en la distorsión de la supuesta verdad que postulan. El profesor White llegó a escribir que el pasado histórico no existe como tal, que existen versiones acerca de ese pasado y ninguna de ellas tiene garantía científica de verdad. “Al escoger una versión de nuestro pasado, escogemos un presente, y viceversa. Utilizamos uno para justificar el otro”. De este modo se esfuman las pretensiones de rigor asertivo que enarboló el historicismo documental. Porque, a fin de cuentas, ¿qué es un documento, en el que basa su criterio epistemológico la historia consagrada del siglo XIX, sino un escrito tan subjetivo como la redacción del historiador que lo escoge como testigo?

En esta encrucijada intelectual a que nos arrastró la posmodernidad el ficticio João VI de mi relato ficticio decide expurgar la Historia de Portugal quemando los documentos de dudoso valor para arrojar las cenizas al mar mientras sucede esa travesía. Sé que no faltarán honestos historiadores lusitanos que me refutarán: “el rey João jamás ultrajó ningún documento del real archivo”. Pero en toda obra de ficción cada hecho es un símbolo. Espero que el lector y la lectora, más indulgentes que los académicos del pasado, vean en este gesto lo que realmente está queriendo significar. El Brasil que nace en 1808 es un borrón y cuenta nueva en la historia de Portugal. La verdad de ese retrato está ante la vista. Brasil es, en este siglo XXI según datos del nunca sospechado Banco Mundial la economía número 12 del planeta. En el análisis del año 2021 el PIB de Brasil fue de 1.61 billón de dólares con una población de 213.993.441 habitantes. Portugal en el mismo año 2021 arrojó un PIB de 249 mil millones de dólares, con una población de 10.299.423 habitantes. En el listado de las 50 economías más desarrolladas a nivel mundial que diseñara para 2021 DatosMundial.com la de Brasil figura en el puesto 12 mientras que Portugal ocupa el lugar 49 en el fondo de la lista, casi a punto de caerse del cuadro.

La excolonia superó a la metrópolis holgadamente, y este milagro se lo debemos a Napoleón, que empujó al gobierno a trasladarse allende los mares, y a João VI Braganza que vino, vio y convenció a su hijo Pedro que asumiera la corona cuando João debió regresar a Lisboa una vez pasada la tormenta napoleónica.

De este modo oblicuo nació el Brasil de la modernidad.

 

Alejandro Bovino Maciel, Buenos Aires, 2022.