MARIANO MORENO, EL FUEGO DEL MAR

 

CAPÍTULO 1

EL PARAÍSO PERDIDO DE LA INFANCIA

 

 

–En la Escuela del Rey aprenderás todo lo que falta, Nito.

–¿Con ese viejo maestro bigardo que huele a coliflor, madre?

–Más respeto hacia don Ponciano, Nito, hijo.

–Se orinará encima, madre, porque las manos le huelen a alcanfor cuando azuza la palmeta para confirmar una pregunta y vuelve a redoblar con énfasis: ¿cómo se acentúan las palabras terminadas en ‘ión’? Canción y acción y también revolución. ¿Qué quiere decir “revolución”, mamá?

–Revolución no quiere decir nada, quiere hacer cosas, hijito, porque se cansó de las palabras.

 

Si me enseñó a unir las minúsculas letras para formar las palabras con las que los faraones, dando órdenes, construyeron pirámides ahora me tomó la misma manía suya, madre. No me puedo estar un día sin haber escrito esas ideas que se me cruzan de ceca a meca por la cabeza; ya sé lo que piensa, ni lo diga que se lo puedo repetir “el destino de tu padre estuvo atado a las letras, como escribiente de navegación, embarcó en Cádiz rumbo a La Habana huyendo de la miseria y vino a dar en el Río de la Plata” No es indigno ese destino, madre, por algo empezó enseñándome las letras antes que los números. Aunque los pitagóricos juren que el hombre es una cifra, yo creo que somos palabras tratando de nombrar lo innombrable.

Pero esas cosas no puede pensar un muchacho, madre, seguramente son invenciones del correntino bribón al que salvé en su momento de dar con sus puros huesos en la celda de la penitenciaría y ahora me calumnia promocionando mi memoria. –Penitencia es lo que necesitan esos fulleros, mamá.    

–Duérmase hijo, sueñe mientras puede.

 

Mientras mamá Ana me arropaba yo me preguntaba cómo se imaginaría don Ponciano Araujo la resurrección. ¿Pensaría acaso que Dios en toda su gloria bajaría rodeado de un vórtice de ángeles a devolverle carnadura a su cuerpo malogrado? Don Ponciano Araujo arrastra un cuerpo grueso, rollizo, pesado y siempre amarillento de cochambre, ¿se imaginaría este prójimo que Dios se tomaría la molestia de regresarlo íntegro, con las arrugas que le cruzan la frente, los pelos sobresaliendo en las aletas de la nariz grasienta, y los párpados cansados; el hálito ya eterno a cebolla cruda? ¿Cómo podía imaginar a Dios rehaciendo semejante estropicio?, sin embargo, humedeciendo el dedo con baba antes de dar vuelta una página delicada como hecha de aire de la Biblia, me decía que todo esto sucedería en un futuro imperfecto, por obra del amor de Dios. Invocaba las Escrituras en Segunda Tesalonicenses, 1:3; Primera Corintios 2:9; y Marcos, 13:24. 

 

He de reescribir la historia desde el punto donde la dejaron los errores de la mala fe de los buenos; no hay nada peor que la buena fe de los malos. Si antes escribía para convertir a los infieles ahora escribo para evitar que los infieles me conviertan a mí. No es fácil permanecer fiel a la revolución. En la revolución todo se niega a sí mismo continuamente. La facción de los idealistas suspira pensando que empezamos una guerra para defender banderas, himnos y símbolos. En el bando de los peripatéticos realistas se piensa que cambiamos el sistema financiero, que las alcabalas españolas irán a engordar las arcas de la aduana de Buenos Aires, que desde ahora cada cual cuidará de sus negocios con la Francia y los británicos. Entre los moderados están los cobardes de siempre, si dan un paso al frente, preparan el retroceso y si por ellos fuera, la revolución sería un minué lleno de movimientos que se quedan en el mismo sitio. Un gastadero de pólvora para hacer fuegos de artificio, cuando el artificio está en el juego de un poder que no entienden.

 

–Las palabras son extrañas, Nito, estando solas dicen una cosa pero bastaría juntarlas para terminar diciendo todo lo contrario; hay que tener mucho cuidado con las letras y más con las palabras, hijo, llevan detrás a las ideas, son puras trampas, una empieza preguntando por la verdad y termina respondiendo mentiras. ¿Qué estás escribiendo, Nito?

–Más mentiras, madre; últimamente no escribo más que embustes, miento para decir la verdad, ¿sabe? En la Escuela del Rey don Ponciano Araujo nos enseñó a hacer cuentas usando bolillos; el vejete quitaba una cifra en la tabla y nos hacía restar las esferitas rojas, sumaba dos dígitos y agregábamos cuentas azules y, como quien juega, iban saliendo los cálculos del más y el menos, madre.

–Cuentos y cuentas hacen la historia, Nito.

También los números son enigmáticos, dependen del sitio que ocupan, de los que tienen al lado, y como quien advierte un peligro, don Ponciano dijo que lo mismo sucede con las gentes conviviendo en la ciudad la vida en común, depende de quiénes están de nuestro lado y quiénes de parte del adversario. El vejete creerá que la vida comunitaria es un juego de ajedrez, y que los peones pueden jaquear al rey cuando está en desventaja, pero no cuenta con las tropas armadas.

 

(Fragmento del capítulo uno de la novela)

EDICIONES DE LA PAZ, 2022. www.libreriadelapazediciones.com.ar

 

ABM