El perdón de los pecados

 

 

Tres niños en un aburrido pueblo de provincias tienen la felicidad en los cuentos atroces que les relata una viejecita llamada Nicasia, que vive sola entre sus plantas a orillas del río Paraná. Un feroz carnicero, un marido epiléptico e infiel, dos monjas que torturan a un ladrón y una matrona que sospecha que su vecina es un travesti, son las historias sobre las que reflexionan los niños.


Estelita, Marita y Nicolás son tres chicos de 12, 11 y 9 años que viven en Bella Vista, Provincia de Corrientes. Las aburridas tardes pueblerinas son matizadas por animados relatos que desgrana una viejecilla llamada Nicasia, mientras riega las plantas de un jardín casi encantado que cultiva. Los niños van fascinados tras las historias de la abuelita, que tienen toda la ferocidad y crudeza que tiene la misma vida que se esconde detrás de apacibles apariencias: casas con techos a dos aguas, gente resignadamente cristiana y la formalidad de una sociedad primitivamente burguesa. Los relatos son interrumpidos por el desconcierto, la ingeniosidad y hasta la oculta malicia de los niños.

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De una entrevista para la revista literaria “Nube de letras”

 

 

P:                ¿Qué tema desarrolla El perdón de los pecados? ¿No suena a religioso?

ABM:         No y sí. No se trata de un breviario religioso. Son cuatro historias “subidas de tono” que nos contaba una abuelita a mí y a mis primas cuando los tres teníamos diez años.

P:                ¿Cómo es eso?

ABM:         En esos años nosotros vivíamos en Bella Vista, al sur de la ciudad de Corrientes. La casa estaba sobre una barranca en lo alto. Cuando uno bajaba, allá ya casi en la orilla del río Paraná vivía nona Nicasia (así le decíamos) una viejecilla que siempre vestía con batones y mantenía un patio con jardín por el que discurría un arroyo que iba a desembocar en el río. En el borde de ese curso de agua había plantas de calas. Hermosas flores.

P:                ¿Y las historias?

ABM:         Eran un poco fuertes, truculentas.

P:                ¿Cuentos de terror?

ABM:         No, para nada. Más bien de crueldad y sexo explícito, en todo caso no eran aptos para menores de dieciocho años.

P:                ¡Pero usted me dijo que eran niños!

ABM:         Así es, teníamos 10 u 11 años. Y mis primas le hacían preguntas un poco ingenuas, y nona Nicasia nos respondía con frases crudas. Bueno, yo le sugiero que lea el libro, le aseguro que no se aburrirá, aunque hay gente que vomitó al llegar a la página 10 y no pudo seguir con la lectura.

P:                Bueno, por lo pronto, le agradezco la sinceridad.

ABM:         Quien avisa, no traiciona, dicen.

P:                ¿Esto sucedió de verdad?

ABM:         Mire, los narradores somos mentirosos compulsivos. No sé si sucedió tal cual está contado, esto es lo que recuerdo. Pero toda memoria está hecha de trampas. Aunque no creo que sea importante la veracidad.

P:                Me dijo que era y no era religioso el tema del libro...

ABM:         Bueno, una de las cuatro historias se refiere a dos monjitas que atrapan a un ladrón que intentó robarles en la casa.

P:                ¿Y después?

ABM:         Y lo que viene después, está en el libro. No es muy largo y vuelvo a repetirle: le podrá suceder cualquier cosa durante la lectura, pero no aburrirse, eso no pasará.

P:                ¿Tiene algún mensaje el libro?

ABM:         De nuevo debo der ambiguo y responderle: sí y no. Hay un nivel de lectura anecdótico, que sigue un argumento muy claro que se va desarrollando a medida que el lector “escucha” los relatos de la anciana; claro que las preguntas y comentarios de los tres chicos (yo y mis dos primitas) inducen a otro nivel de lectura, mucho más rico y profundo. Pero hay gente que leyó las anécdotas y quedó muy conforme con eso. Otros, más desconfiados, empezaron a hacerse preguntas.

P:                ¿Preguntas? ¿Qué tipo de preguntas?

ABM:         Por ejemplo, ¿qué es un monstruo?

P:                ¿Puede ser más claro?

ABM:         Habrá observado que a menudo la gente cuando ve un noticioso televisivo en el que informan de un crimen atroz, rápidamente dice “es un monstruo el asesino” como para diferenciarse rápidamente de él, como diciendo “yo soy normal y esas cosas no le pasan a la gente normal”. Eso es preguntarse qué es un monstruo.

P:                Muchas gracias.

ABM:         Gracias a usted también. Y le aclaro que todavía no soy un monstruo.

Más datos del libro en la página del autor:  www.alejandrobovinomaciel.webador.es/

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DATOS DEL AUTOR

ALEJANDRO BOVINO MACIEL nació en Corrientes en 1956, es médico cirujano (UNNE) especialista en Psiquiatría (UBA). Se formó como autor junto a escritores como Marco Denevi y Augusto Roa Bastos. Ejerce actualmente en Buenos Aires.

E Mail: talomac@gmail.com

“EL PERDÓN DE LOS PECADOS” DE ALEJANDRO BOVINO MACIEL


Por Alberto Boco

“El márketing, ciencia de lo invisible, como la teología, me enseñó hacer productiva la mentira”
Alejandro Bovino Maciel

 

 

Quien aborde la lectura de El perdón de los Pecados, del escritor y médico psiquiatra Alejandro Bovino
Maciel (Ciudad de Corrientes, 1956) va encontrar en el comentario previo titulado “La otra historia de
Bella Vista, Corrientes”, escrito por el mismo autor, una clave para las múltiples lecturas que proponen
los cuatro relatos que integran el volumen, próximo a ser publicado por la Editorial de la Paz.

La oración que sirve de acápite a esta reseña es una de ellas.

Si bien toda ficción es producto de la inventiva y de la agudeza intelectual, el acto creativo que la produce se alimenta de las múltiples y complejas vivencias que experimentan los autores, de la fragilidad (y a la vez maravilloso y maleable recurso) de la memoria, del invalorable capital de nuestros recuerdos, que no son sino memoria más la subjetividad que le confieren los afectos.

En síntesis: la experiencia sensible acumulada por el autor, poca o mucha, en el momento de crear la obra.


El citado prólogo nos ofrece una sugestiva metáfora geográfica expresada en las vueltas que, según
Bovino Maciel, debe dar el viajero para recorrer la provincia de Corrientes, hendida en su centro por los Esteros del Iberá, acaso como las vueltas que los recuerdos que nos pueblan deben dar, entre los meandros de la memoria de una supuesta realidad vivida y de la realidad evocada; en medio, como el Estero del Iberá, están las vacilaciones, las espadas del olvido y el filo de las tergiversaciones que, para
bien o para mal, agrega nuestro corazón.
La destreza de un autor para expresar la intención de su obra reside en qué contenido la enmascara, en qué recursos pone en juego para decirnos lo que nos quiere decir sin decirlo y deslizarnos claves, como al pasar, en medio de ese contenido. En ese sentido Bovino Maciel despliega una notable maestría. Un escritor adulto relata recuerdos de niño, contándonos los relatos que a su vez una anciana, la abuelita Nicasia, de aparente buena pero frágil memoria, les relata a pedido del niño narrador y sus primas Marita y Estelita, en el calor de la siesta de la correntina ciudad de Bella Vista.

Esto es literatura que no intenta transportarnos al pasado vía la evocación minuciosa al estilo proustiano, ni es el testimonio de historias que se pretenden reales, todo lo contrario, la técnica del relato dentro de un relato nos advierte desde el prólogo que la verdad no es el propósito, es más, nos dice que se trata de la mentira pero sin la intención del fraude o el engaño, sino para elevarse a un rango de verdad literaria, si se me permite el oxímoron, es decir: literatura en estado puro.
Otro detalle no menor: los niños que escuchan los crudos relatos de la anciana, son descriptos casi como si fueran personajes de una casa de muñecas, niños reales pero, por mérito del narrador, ungidos de una cuasi irrealidad, una niña inteligente e inquisidora, otra ingenua, o mejor dicho ilusa, el niño narrador, silencioso; los tres ataviados como figurines de una revista, cito: “en aquel entonces todo era
fausto, cándido y feliz”.
El primero de los relatos narra el peculiar acontecimiento sexual de una tarde calurosa y sus derivaciones, entre el carnicero Gauto y Rita Corvalan, una modista de costumbres “liberales” (léase: ‘un poco puta’, como dirían los muchachos de la tribuna). Sin entrar en detalles, diremos que este relato es el más evidentemente escabroso, no sólo para los oídos del trío de niños que en ese momento tenían
once años, sino para cualquier lector de cualquier edad. Si hacemos el esfuerzo de no dejarnos impresionar por el relato, que por momentos no carece de humoradas y acotaciones irónicas, vamos a encontrar un final notable para reflexionar sobre lo que solemos llamar “un monstruo”.

Según el diccionario de la RAE, una de las acepciones para el término monstruo describe: “Ser fantástico que causa espanto”. Esta significación suele ser la que se utiliza con más frecuencia para calificar a un ser humano cuando comete algún hecho desmesurado y aberrante. Esta especie de inclinación interpretativa parecería tener la cualidad de deshumanizar a dicho sujeto volviéndolo ajeno a la especie
humana, es decir un modo de tranquilizarnos y negar que, como el carnicero Gauto, se trata de un congénere con quien compartimos el mismo adn y el mismo virus del lenguaje. Al modo de ver de quien esto escribe, es ese uno de los mensajes, nada menor, de nuestro notable narrador.
Cabe señalar que en medio de este “constructivo” relato “para niños”, como también en los otros relatos que componen este libro, la abuelita Nicasia vertía cada tanto alguna reflexión que habla de la sabiduría de los ancianos, a veces teñida de simple sentido común, cito: “No hay que pedir que las cosas sean como uno desea. Es mejor desearlas tal como son”.

También Bovino Maciel, por boca de abuelita Nicasia nos dice: “Hay muchos tipos de hambres como hay muchos tipos de hombres. En eso el arte y la
naturaleza son parientes: no saben qué está bien y qué está mal. El arte vendría a ser una forma de naturaleza hecha por los hombres. Obra sin conciencia, siguiendo los rastros de la belleza que siempre se equivoca de camino.”
Muchas veces los narradores, a sabiendas o inconscientemente, producen poesía y la hacen aún en
medio del relato de un hecho aberrante, cito como ejemplo el final del primer relato: “Aunque arriba el
sol era una fiesta de resplandores, abajo el río rugía advirtiendo que todos los movimientos de la naturaleza están llenos de una disimulada calamidad”. Este impactante relato provee al lector atento un conjunto de reflexiones sobre la naturaleza humana y los desbordes de la pasión.


En la segunda narración vemos los resultados de las habladurías, el correveidile de un chisme que produce lo que hoy se ha globalizado con el nombre de “fake news” (noticias falsas), emitida menos con intención moral (como es el caso de la tal doña Anunciación en este relato) que como artera calumnia o búsqueda de confusión. Detrás del chisme aparece el “algo hay que hacer” que prologa el o los actos que suelen seguir a la palabra cuando el prejuicio y la moralina los guían y que aquí se transforman en una serie sucesos desgraciados y a la vez delirantes. Aparecen múltiples personajes típicos de un pueblo o ciudad pequeña, cada uno con sus particularidades, siendo arrastrados a una serie de hechos que por mérito del escritor son a la vez jocosos pero tristes en una segunda mirada. Aquí también aparecen más delineadas las características de las primas Marita y Estelita, y la tía Nidia, con su renguera, también la
fuerte religiosidad que caracteriza a casi todos los personajes femeninos de esta historia que nuestro narrador exhibe con vasto conocimiento del mundo que nos presenta.

El tercer relato involucra a dos monjas, Sor Begonia, la mayor, de setenta años, y Sor Paulina de casi sesenta, que al retirarse luego de estar ocasionalmente en Bella Vista, adquieren una casa y se afincan para vivir allí el resto de sus vidas; y un ladrón, Adalecio Nuñez, un pobre desgraciado de pocas luces que solo conoció la privación, la ignorancia, la brutalidad y el maltrato. El intento de robo en la casa de
las monjas deriva en el cautiverio del ladrón en la misma casa de las monjas y el proyecto de expiación del pecado que ellas emprenden para castigo y redención del alma del pobre Adalecio. A medida que avanza el relato la conducta de las monjas con el cautivo nos permiten ver y reflexionar sobre la culpa, el castigo, el bien y el mal, el sentido del sufrimiento y cómo la crueldad puede ampararse bajo el manto de acciones para el supuesto bien de las almas, o, cito: “… rectificar lo torcido usando castigos físicos
para purgar el alma de delitos”.
Un pensamiento que Bovino Maciel pone en boca de abuelita Nicasia dice, cito: “Se puede creer sin tener una pizca de fe. Y se puede tener la fe de no creer, ya vas a crecer y verás todas las combinaciones que admite nuestra cabeza cuando está confundida”.

Nuestro autor exhibe en esta historia amplios
conocimientos del Antiguo y Nuevo testamento cuyos comentarios aportan eficaz contenido al efecto narrativo que se propone. Un hecho fortuito produce el giro inesperado y obedeciendo a la misma lógica religiosa, la narración toma un camino que, si bien parece sorprendente, se ajusta a la “racionalidad” que caracterizó la conducta de las monjas. Podríamos afirmar que alguna forma del deseo, la piedad o el amor produjeron un viraje en el entendimiento de una de las religiosas en la última parte de este relato
que, como en los demás, nos deja un amplio espacio para la reflexión, entre otras cosas sobre la vida, la muerte, el crimen, los milagros y la santidad. “Abajo el río inmenso gemía despacio” nos recuerda el autor, como metáfora de la vida que late bajo la superficie de la misma vida.


En la cuarta y última historia abuelita Nicasia, que así como era de cruda en sus relatos, podía ser tierna en las explicaciones que le pedían los niños, generalmente la inocente Marita, trae los hechos producidos por el vaticinio de una supuesta pitonisa cuyos dichos, tomados al pie de la letra, adquieren fuerza de realidad.

También aquí, la fuerza de la suposición sumada a los efectos de la ciega creencia, producen una concatenación de hechos disparatados pero no por eso menos posibles ni carentes de realismo. En este relato la anciana despliega ante los niños una breve pero interesante explicación sobre
los celos, sobre el “amor eterno entre los cónyuges”, sobre los tiempos en que las mujeres eran compradas por los que serían sus maridos y sobre una suerte de título de propiedad que cada integrante de una pareja unida en matrimonio tendría sobre el otro. Nuevamente aparecen personajes típicos y descripción de situaciones y pequeños detalles que suman su particularidad a la trama del suceso principal añadiendo color a la narración. En medio de la barahúnda de este relato, plagado de situaciones risueñas, el narrador Bobino Maciel dice: “la mente tiene razones que el cerebro no comprende” y nos da otra pista del “río subterráneo” que escribe los guiones del accionar humano.
Este relato que cierra el libro da testimonio de la letra como fiel testigo para guardar los recuerdos frente a la fragilidad de la memoria y es el que sin duda, al menos en la mirada de quien esto escribe, incluye la mayor cantidad de imágenes poéticas que dan cuenta de otra cualidad: el notable lirismo en la pluma de Bovino Maciel.

En síntesis un libro desafiante, cargado de humor, de desmesura, de belleza y espanto, de lirismo, de
reflexiones, de costumbrismo, de recuerdos y esencialmente de ficción y escritura impecables al servicio de un lector que no se conforma con medias tintas o con lecturas de circunstancia.

Un libro para recordar y recomendar, un libro para que no olvidemos que, cito: “El pasado se recupera con letras más
fácilmente que con la memoria que siempre es fraudulenta” y que “El río seguía gruñendo bajo las
barrancas con un sonido bronco, enojado mientras en el cabrilleo las últimas gotas de sol se iban
deshaciendo en despojos pequeños como si miles de hormigas cargaran en el lomo un viejo cadáver
rumbo al descanso eterno”

ALBERTO BOCO, 2023

 

Alberto Boco nació en la Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, en 1949, donde actualmente reside. Ha publicado 8 libros de poemas: “Arcas o pequeñas señales” – Buenos Aires – 1986 – Libros de Tierra Firme. “Galería de ecos” – Buenos Aires – 1989 – Ediciones Ultimo Reino. “Ausentes con aviso” – Buenos Aires – 1997 – Libros de Tierra Firme. “Cartas para Beb” – Buenos Aires – 2007 – Edición del Autor. “Riachuelo” – Buenos Aires – 2008 – Ediciones de la Quintana. “Malena” – Buenos Aires – 2012 – Edición del Autor. “Estación de nosotros” – Buenos Aires- 2014 – Buenos Aires Poetry. “Visitas inoportunas” – Buenos Aires – 2014 – Editorial El jardín de las delicias. “Para un programa de disolución y otros textos” – Buenos Aires – 2016 – Ediciones En Danza. Mantiene inéditos más de 10 volúmenes de poesía. Poemas suyos fueron publicados en revistas literarias de Argentina y el exterior, entre ellas Río Grande Review de la Universidad de Texas at El Paso, EE.UU.; Revista Nagari, Miami, EE.UU., y Littoral Magazine, Reino Unido. Poemas suyos han sido también publicados en revistas literarias en Colombia, Brasil y Rumania. Ha recibido diversas distinciones, entre ellas el Primer Premio en el Primer Concurso Nacional de Poesía “César Domingo Sioli". de Argentina. Escribió varios artículos y reseñas en revistas literarias impresas y virtuales, de Argentina y del exterior.

 

 

 

 

 

 

“El perdón de los pecados”,

de Alejandro Bovino Maciel

o lo que Sade se perdió.

Por Luis Benítez

 

 

 

El “teléfono roto” de la historia con minúsculas (el que mejor cuenta los entresijos de aquella que todavía algunos escriben con mayúscula inicial) es el dispositivo que utiliza con eficacia el autor de esta colección de relatos. Las interferencias y el sonido blanco que pululan en dos memorias, la suya y la de su abuela, primera desfiguradora de lo que sucedió, fue parecido o diametralmente diferente, corroboran y a la vez desmienten lo narrado por Alejandro Bovino Maciel, de manera de poder instalarlo cómodamente en los terrenos de la ficción.

Ello, aunque el género no precisa explicitar su condición de artificio (apenas ponemos algo por escrito lo estamos ficcionalizando) subraya la fantasmagoría a la que convida a los probables lectores: “Pueden no ser más que invenciones, o sueños, que tienen la misma raíz de origen. Lo importante es que el cauto lector o la amable lectora se dejen llevar por el argumento de estas vagas insinuaciones de la verdad” (SIC), afirma en el primer texto, al que justamente titula “La otra historia de Bella Vista, Corrientes” (transcribo también las bastardillas) que oficia como página liminar, indicación cartográfica y antesala, mas no como justificación de las truculencias que pasará a narrar a continuación. Por lo contrario: lo que hace es ya involucrar a quien recorrerá cuanto sigue en el deseo de que, efectivamente, exista una posibilidad remota, cercana, equidistante entre verdad y mentira, la que el lector pueda o quiera admitir, de que algún sentido de realidad alcanza a infiltrarse en El perdón de los pecados, título al que ya muy entusiasmado con el juego que él mismo propone, Bovino Maciel tiene el atrevimiento de adosarle el subtítulo sarmientinista de Recuerdos de provincia con gente desmesurada.

Bovino Maciel se escribe (suyos son estos “recuerdos de provincia”) y también se inscribe.

Tampoco se atribula ni siente pruritos al comenzar sus atinadas falacias ampliando todavía más su truco inicial, anteponiéndole a las barbaridades que pasará a relatarle Nona Nicasia -una Scherezade correntina- a las primitas Marita y Estela del infante Bovino Maciel, testigo privilegiado por escribiente futuro, un engañosamente bucólico escenario y una candorosa incitación, surgida de los labios inocentones de la Marita:

—¿Por qué no nos contás un cuentito, abuela? 

Tras poner algún reparo, no originado por los once años que tienen los párvulos sino por el calor que la fastidia, la estimulada anciana comienza:

—Tenía el carnicero Gauto la viciosa manía de alquilar putas para satisfacer sus apetitos cada vez más retorcidos y que doña Amparito, su mujer, no podía indemnizar por causa de su pudor.

A partir de esta revelación acerca de qué va la cosa, Bovino Maciel no trepida en desgranar por boca de la viejecilla un torrente de procacidades, escenas truculentas con derrame de sangre incluido, mutilaciones, penetraciones contra natura, salpimentadas con perversiones religiosas, abusos sexuales de todo tipo, etc., donde la “historia chica” de las interrelaciones humanas sale a relucir del modo más crudo posible para la pluma afiatada del autor, quien toma de Bocaccio sino la delicadeza del nombrar eufemísticamente, sí el modelo de sumar historias fuertecitas de a una en fondo, en su caso separadas por la sucesivas visitas que los críos de 11 años hacen a la abuelita, no salida de Caperucita Roja sino una verdadera mezcla de tal y de Lobo, sin Pedro El Leñador a la vista.

El muy logrado efecto de contraste entre las cándidas acotaciones de los infantes a cada espeluznante relato que les propina la vieja es lo suficientemente potente como para hacer olvidar al lector que Bovino Maciel no apela a la mímesis para hacer hablar a la Nicasia como lo que es, una suerte de campesina, sino que deja que esta se explaye a sus anchas desgranando sus cruentas salvajadas hasta con algún giro culto y muy citadino, como cuando menciona que uno de los personajes, doña Anunciación, “apoltronada en el gran sillón de su living parecía la imagen viva de Buda”.

Alejandro Bovino Maciel, como Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el marqués de Sade (1740-1814) sabe cómo poner al descubierto el contenido de los intestinos que también forman parte de nuestra sociedad. Como sucede con el “Divino Marqués”, sus personajes muestran y demuestran que el vicio, la perversidad y lo obsceno -aquello que no debe ser mostrado en la escena, tal su etimología- triunfan generalmente sobre la pretendida virtud, que tiene mucho más de hipocresía que de fundamento cimentado sobre la base de la realidad que, en el fondo, todos conocemos pero pocos como él se animan a señalar.

 

 

 

El autor

El poeta, ensayista, dramaturgo y narrador argentino Alejandro Bovino Maciel nació en la provincia de Corrientes en 1956. Entre otros, ha publicado los siguientes títulos: La salvación, después de Noé (cuentos y ensayos, Editorial Ocruxaves, Buenos Aires, 1989); Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco (relatos, en coautoría con Augusto Roa Bastos, Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno, Edit. Alfaguara, Buenos Aires, 2000, Editorial Record, Brasil, Río de Janeiro, 2001); El trueno entre las páginas (conversaciones con Augusto Roa Bastos, Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2002);  Polisapo (narración en coautoría con Roa Bastos, Ed. Servilibro, Asunción, Paraguay, 2002, Editorial Libresa, Ecuador, 2005, Editorial Laberinto, España, 2006); La Bruja de oro (nouvelle infanto-juvenil, Servilibro, Paraguay, 2004); Prostibularias-1 (en coautoría con otros autores paraguayos y argentinos, Editorial Servilibro, Paraguay, 2002); Diários de um rei exiliado (Editorial Landmark, Sao Paulo, Brasil, 2005); El señor es contigo (en coautoría con Gloria Rubin, investigación sobre feminicidio en Paraguay, Servilibro, Paraguay, 2005); 20 poemas de humor y una canción disparatada (en coautoría con Pepa Kostianovsky, Servilibro, Paraguay, 2005); Culpa de los muertos (novela, Editorial Rubeo, Barcelona, 2007); Cuentos en la guerra y en la paz (Servilibro, Paraguay, 2011); La faute des morts (novela, Editions La Derniére Goutte,

Estrasburgo, Francia, 2014); Teatro Político-1 (Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2012); Enero. Los perros de Dios (Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay, 2013); Teatro Político-2 (Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2015); Teatro Político-3 (Editorial EUDEBA, Buenos Aires, 2016). Es director de Palabras Escritas, revista-libro, diálogo cultural entre Brasil e Hispanoamérica, Edit. Servilibro, Paraguay. Es miembro de SAL-REDAL, centro de estudios de la Universidad de la Sorbona, París, Francia.

 

LUIS BENÍTEZ

El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA), de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA) y del Centro PEN Argentino. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); la Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003), el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2007) y el Tercer Premio Municipal “Ricardo Rojas” de Novela (2022).

Sus 42 libros de poesía, ensayo y narrativa han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay.

 

Un  jardín de las delicias en la correntina Bella Vista

Alejandro Bovino Maciel, El perdón de los pecados (Recuerdos de provincia con gente desmesurada)

 

Por Susana Santos

 

Desde su título, el antepenúltimo libro publicado por el prolífico escritor argentino Alejandro Bovino Maciel anuncia y enuncia el tema y problema centrales de su ficción.  El perdón de los pecados alude a la felicidad de las culpas que de tal redención y de tal Redentor, según la doctrina de la Iglesia Católica, han hecho merecedora a la condición humana caída. Una profesión de fe expresada en el décimo artículo del Credo, que también afirma el libre albedrío. En su subtítulo, (Recuerdos de provincia con gente desmesurada), el narrador, novelista, ensayista y afamado psiquiatra deja de ser global para elegirse local, deja de ser correntino para travestirse de sanjuanino. Lejos de la presidencial ejemplaridad sarmientina,  pero no menos desmesurado, el narrador nos advierte en el pórtico que se trata de “La otra historia de Bella Vista, Corrientes”, protagonizada por “gente desmesurada” y medianamente acomodada.

En estos relatos de la alteridad reunidos bajo el signo de la teología moral e inmoral (pero nunca amoral), el narrador procede como Dios en el Génesis. Primero la Geografía, después la Historia. El espacio precede al tiempo: “La ciudad de Bella Vista está ubicada en la zona centro-oeste de la provincia de Corrientes, se tiende entre la Ruta 12 y el río Paraná”. Una pequeña ciudad emplazada en una de las tres provincias que conforman la región de la Mesopotamia argentina. Nombrada y renombrada por su cualidad de “pesebre”.  No sorprende, entonces, que autor y narrador coincidan en reconocer la génesis de sus vidas en la provincia de Corrientes.

El narrador innominado de El perdón de los pecados (Recuerdos de provincia con gente desmesurada) irónicamente se autodefine “escritor” y “mentiroso”. Confiesa sin ambages su decisión de divulgar “viejas  historias referidas por una anciana”. No se trata de memorias cualesquiera. Son aquellas que forman parte de caros “recuerdos de la infancia”: traslucen convicciones, vacilaciones, reiteraciones y lagunas. Dicen verdades. Y cuentan mentiras. Es una  memoria personal cuya evocación no está movida por el propósito  de la revelación de lo oculto, ominoso o traumático sino por el de que cunda una ‘memoria cultural’.

Tres niños de once años (el narrador innominado + sus primas Marita y Stella) están vestidos como pastorcitos de Fátima. Las vestiduras son obra del genio de la encorvada tía Nidia, creyente crédula y ortodoxa del Catecismo.

Durante las largas temporadas compartidas en una vieja casona familiar emplazada en el último bastión, punto límite para el abrupto vacío de la Barraca del Paraná, esta infancia a las puertas de la pubertad gusta de escuchar las historias relatadas por la viuda Nicasia. Esta  “dulce viejecilla” regordeta, como recién salida de un cuento de hadas europeo, vestía “su bata bataraza” y un rodete reunía todos sus cabellos estirados en una suerte de pagoda oriental en la cumbre de su cabeza. Se dedicaba al cultivo e inteligencia de las flores, y la viuda,  por pura alegría, regalaba bouquets a los habitantes de ese apacible pueblo recostado a la vera de una ruta principal pero provincial. Esta viejecilla de cuento no duda en responder de manera enigmática y libérrima con su experiencia de vida a las preguntas del auditorio infantil en el marco de “el espejismo de las siestas, a pesar del silencio dormido, se agitaba un torbellino de movimientos felices y siniestros”.

Bella Vista es el  escenario común del torbellino de la siniestra felicidad que impulsa a los cuatro relatos compilados por el narrador. En estos cuatro relatos consiste El perdón (y los Recuerdos). El mundo re creado es ajeno a la mítica, solitaria, centenaria Macondo del colombiano  García Márquez. A la Comala del mexicano Rulfo, a las sólo más ilusoriamente cercanas Santa María o Colastiné, del uruguayo Onetti y el santafesino Saer. Sí recuerda la correntina Bella Vista, en cambio, a la cotidianidad de la paraguaya Areguá, estancada junto al falso lago Ypacaraí, del paraguayo  Casaccia. Que Areguá ciudad inventada no era, antes de que la reinventaran en La babosa. Una Areguá envuelta  en los chismes y la rutinaria y aparente calma, donde suceden crímenes sin fundamento y acusaciones criminales,  tormentos individuales y dramas clandé actuados por y con desmesura.

Sexo y crimen sin castigo

El sexo y la muerte animan “La historia del jifero”. El encuentro del carnicero Sixto Gauto, un gallego de pura cepa que gustaba de la carne. Era ‘entrado en carnes’, tanto en la propia (cargaba sobrepeso) como en la de las putas locales. Solía gozar apremiado por las urgencias del sexo.

En las putas buscará, al fin, la pureza. En la costurera Rita Corvalán, afamada buscona, el carnicero anhelante busca “algo virgen”. Con el hierro le abrirá el cuerpo a Rita, para lograr su propósito de penetrar a la mujer por un “nuevo” orificio. Un goce que aúna el deseo de ser absoluto vivenciado “una tarde a orillas del  mar Cantábrico  mirando las gaviotas y olor de salitre contra  su rostro” y el aroma de los ángeles que “juntarían en copones la sangre de la costurera para llevársela a los pies del Señor como ofrenda”. Copones: no cálices.

La culpabilidad y la muerte, conocidas del Dios que preside sobre los ángeles y los arcángeles, los tronos y las dominaciones, no serán descubiertas por la justicia de los hombres. El cuerpo de Rita será reducido a embutidos regalados a los clientes. Este sí es un pecado: el orgullo: Sixto se vanagloriará de ser autor de un  “crimen perfecto”. (ABM es un autor de autores).

Cuando despunta la culpa (por la muerte, no por el orgullo luciferino), el jifero trata de aplacarla, infructuosamente, con una iniciática obsesión por la metafísica. Sólo una lectura profesional de las cartas del tarot le devolverá la paz. 

Afrenta vengada, honor restaurado

La paz es ajena a Doña Anunciación. A esta voluminosa señora -pesa 158 kilos- no le pesa propagar sin reparos, como grueso ángel de una anunciación estéril, que la señora esposa de Nimio Latorre es un travesti. “No quiero un puto vestido de señora en mi barrio… No tengo nada contra los trolos, pero al menos deberían tener la decencia de no esconder lo que son”. 

La denunciante no está del todo segura de su anuncio, si le levanta la falda al presunto travesti, que ni se figura qué busca, con su acoso, Doña Asunción. Sin demora, el marido demuestra que no es nimio y que La Torre es suya: hace suyo el escarnio público y tomará venganza.  La tarde “adormecía indolentemente”.  

Pecados y suplicios

Dos religiosas sexagenarias son las dueñas de una casa en el Barrio de San Antonio donde transcurre parte central del relato “La historia de dos monjitas y el ladrón”.  Son sor Bergoña y su correligionaria sor Paulina, gnóstica lectora espiritismo, magias blanca y negra, y transmigraciones. Hasta entonces, las únicas visitas que recibía ese monasterio privado eran espirituales. Hasta la noche del asalto del joven Adalacio Nuñez, de infancia turbia, dado a la ratería, autoascendido a ladrón.    

El ladrón fue ruidoso. Las dos monjas se despertaron y sin vacilaciones reducen al ex ratero. Atado a una silla, lo llevan al sótano de la casa, y allí lo encierran. Con el firme convencimiento de que el sufrimiento cura a las almas y del pecado y purga al delincuente de sus delitos, Bergoña repite los castigos que Andalecio conoció cuando eran la disciplina que en su infancia turbia le aplicaba  su padrastro. Fuertes golpes con varas en brazos y piernas;  quemaduras en las manos; ayuno severo, sólo salvado por una dieta de orines y excrementos.

Una  revelación produce un giro inesperado, o esperable. Sor Paulina sorprende al muchacho subiéndose los pantalones después de orinar. Esta visión iniciática del varón desnudo dotado  de “una anatomía bendecida por los ángeles” produce en Paulina un cambio radical. A escondidas provee de comida y agua al reo. Le prohíbe a sor Bergoña el uso del látigo. Y para estar segura de que no lo va a usar nunca, decide envenenarla, y la envenena.

Nuevo giro inesperado, la asesinada Bergoña se vuelve fetiche local, por las transformaciones de su cadáver obra del fósforo blanco con que Paulina la envenenó. Todos portentos atribuidos a la muerta se deben al veneno blanco ingerido y no a señal alguna del Cielo. La  muerta “milagrosa” convocará a ruegos, promesas y  procesiones. Convertido en milagro, el crimen nunca será  esclarecido. 

El peor de los monstruos los celos, o la vidente no tenía nada que ver

 En “La historia de una putanisa” la putanisa se llama Margot Puyol. Esta adivina le asegura  a Titina Micheli que su marido la engaña. Su visión es muy clara: el abogado Juan Ponce se acuesta con una rubia muy amiga de ella (de Titina, la cornuda).  Se puede dudar de todo menos de la clarividencia: Titina identifica a la letrada Silvia Peratino, amiga suya y colega de su marido, como a la amante rubia que Margot vio desnuda en el lecho adúltero.

Hay que decir que la visión, sin embargo, era errada. Que al abogado le tocaba otra ración más de injusticia. Acusado de una infidelidad que no era la suya, “transformado en una fiera”,  Ponce llega a la casa de la putanisa blandiendo un sable, decidido a ajusticiar a la vidente que no tenía nada que ver. Una serie desopilante de peripecias comprometen a vecinas y al oficial Enríquez.

 

 El manuscrito revelado. Los extremos me tocan

En el tramo final del volumen,  el narrador funge de albacea. Ha recibido un amarillento escrito de manos de la anciana Nidia; decide leerlo. El secreto de esas páginas se ofrece a todo  lector y lectora de El perdón de los pecados. Entre el azar  del obsequio recibido y su ‘misterio’ revelado se desliza la imaginación,  tributo de la libertad del hombre. Se la intentado reducir y borrar,  sumado el pecado de intención inventado por el cristianismo que cancela  la inocencia de la imaginación.

La inocencia de la imaginación en El perdón de los pecados ha ido donde buenamente ha querido. Dando vuelo a su fantasía. Sin temor a los temores que pueden manifestar ante toda audacia los rostros de aquellos que representan el término medio de una mentalidad sin riesgos: aquella que no se atreve a conjeturar la presencia y potencia metafísica en el poder genésico del pecado.

El pasado retornado se proyecta al futuro realizado. La muerte de la  tía Nidia y de la abuela Nicasia; los matrimonios infelices de las primas; la separación de Stellita y su posterior mérito como bióloga. El narrador después de sus estudios doctorales, encontró la paz: “no descansé hasta empezar a contar estas historias que daban vueltas entre mis sueños; ignoro por qué razón jamás me ocasionaron miedo ni aversión”. 

Acaso sea menos ignorada esa razón. Al narrador lo asiste la certidumbre de que toda transgresión se eleva aunque sea por un instante sobre los principios sociales y las leyes: en una palabra, por cima de todo, y con el goce secreto del pecado. Dos líneas paralelas jamás se juntan, lo que no acepta la geometría, ciencia de las mediciones demostrables— lo quiere la Teología, ciencia de las afirmaciones indemostrables”, nos dicen en El perdón de los pecados. Leemos, y decimos, como la actual geometría: las paralelas si se juntan: lo hacen en el punto impropio, situado en el infinito.